MEDEA: TRAICIÓN Y CRIMEN (I)
Por: Jonathan Fortich
Volvemos a Eurípides (480-406 a.n.e.) para fijarnos en la que es, quizá, su obra más representativa: Medea, estrenada en el 431 a.n.e.
La acción se desarrolla en Corinto, ante la casa de Medea. Por los lamentos de la Nodriza nos enteramos de que su señora está en ese reino por amor a Jasón y que éste ha tomado por esposa a la hija del rey Creonte. La Nodriza teme que Medea haga algo contra sus hijos.
Medea se lamenta de su suerte deseando males a Jasón y a su prometida. Sale de casa y le pide al Coro de mujeres corintias silencio.
Medea. Museo archeologico di Napoli
Llega Creonte y le ordena a Medea que se marche inmediatamente del reino con sus hijos. Ella le ruega y, a cambio, él acepta darle hasta el día siguiente para que se marche. El Coro canta que un día cambiará la condición de la mujer. Se compadecen de la suerte de Medea.
Llega Jasón y la critica por sus amenazas. Ella le cuestiona que se case con otra luego de todo lo que hizo por él. Jasón le dice que debería estar agradecida después de todo lo que hizo por ella y dice que lo hizo por sus hijos. Medea le recuerda que será desterrada junto con ellos y aquel le dice que ha sido por su propia elección. Medea pregunta qué delito ha cometido y él le recuerda que ha lanzado maldiciones contra la familia real.
El Coro contrasta los amores violentos con los amores que se presentan con medida y rechaza el dardo del deseo. Reconoce que nadie se ha compadecido de Medea. Aparece en escena Egeo. Medea le cuenta que Jasón tiene otra mujer y que Creonte la ha desterrado. Egeo le dice que si llega a su casa será hospitalario con ella. Se marcha. Medea le confiesa al Coro que enviará un vestido envenenado a la hija de Creonte y que luego matará a sus propios hijos.
El Coro ruega a Medea que no los mate. Aparece Jasón. Medea se muestra arrepentida por su odio. Le pide que persuada a Creonte de no desterrar a los niños. Llama a sus hijos para que lleven a la hija del rey el peplo y la corona de oro que ella les ha preparado como obsequio.
El Pedagogo regresa con los niños. Medea duda pero con razones se convence y se despide de sus hijos. Llega un Mensajero que anuncia la muerte de la princesa y de Creonte.
El Coro invoca a los dioses llamando la atención sobre el crimen que Medea está por cometer. Desde dentro se oyen los gritos de los niños que piden auxilio. El Coro recuerda a Ino como la única mujer que ha matado a sus hijos.
Jasón entra preguntando por Medea y los niños. El Corifeo le cuenta que Medea los mató. “Aparece Medea en lo alto de la casa sobre un carro tirado por dragones alados con los cadáveres de sus hijos”[1]. Le dice a Jasón que le diga si necesita algo de él pero que nunca le tocará con su mano. Cuenta el carro en el que va es un regalo de su abuelo, el Sol. Jasón se lamenta porque Medea lo ha destruido y no puede hacer nada al respecto. Medea le replica que no debía haberla traicionado después de todo lo que ella hizo por él y lo mal que le pagó. Jasón le pide que le deje enterrar a sus hijos. Ella le dice que no es posible. Clamando a Zeus por su desgracia, abandona la escena. Los versos finales de la Corifeo son similares al del Coro en Alcestis: “Lo esperado no se llevó a cabo y de lo inesperado un dios halló el camino. Así se ha resuelto esta tragedia.”[2] (vv. 1417-1419)
La tragedia quedó en tercer lugar y se cree fue rechazada por el público. En general, como muchas historias relacionadas con brujería, Medea cargó con una suerte de maldición. No es difícil entender el rechazo. En primer lugar, hay que aclarar que esa idea de la Antigua Grecia como una comunidad de espíritus libres entregados a la filosofía y al disfrute de los placeres, es relativa. Es cierto que el desarrollo económico, marítimo y militar del país, así como el contacto con diversas culturas del Mediterráneo y Oriente Medio, junto a otros factores, hicieron posible que en aquellas sociedades, particularmente en Atenas, surgieran cerebros cuya influencia en la humanidad se perpetúa por siglos. Pero es que, además, se pueden hacer listados no muy extensos de quienes fueron estas personas. Es decir, son muchos, pero no la mayoría. La presencia de ciertos individuos en un contexto determinado, cuyas ideas son de una calidad tal que serán de utilidad para las futuras generaciones, no garantiza que todos sus congéneres estén en el mismo nivel. París no es una comunidad de genios por las grandes obras producidas en esa ciudad en el último milenio, ni en Colombia pululan los poetas y narradores por ser esta la cuna de García Márquez.
Lo primero a tener en cuenta es el factor religioso, imposible de separar el teatro. Esto puede ser difícil de entender para quienes crecimos en entornos judeo-cristianos donde la actividad religiosa está asociada al ascetismo, ritos aburridos y negación de todo placer. Pero la religión griega, aunque no condenase la actividad sexual o rindiese culto al vino, dejaba de pedir a sus seguidores el respeto por unas determinadas creencias y una lectura de la realidad determinada por la fe en unos dioses. Realmente, la actividad filosófica generaba cierta incomodidad y esto explicaría la posterior condena a muerte de Sócrates que, además, era acusado de ateo. El mismo Aristóteles se vio obligado a huir de la ciudad dos veces en su vida. Aunque es posible que esto se debiese a su origen étnico (Tracio) y el clima político del momento. Volviendo a Medea, el primer choque con la religión venía de lo que parecía ser una tendencia de Eurípides a alterar los hecho con respecto a la tradición. Esto era posible porque no había una “biblia” o libro sagrado definitivo. Por supuesto, estos mitos eran tan reales para los creyentes de esta fe como la crucifixión de Jesús para los cristianos o la sabiduría de Salomón para el judaísmo; pero a diferencias de las religiones que se basan en un texto sagrado, los griegos tenían diversas versiones sobre los personajes de su “historia sagrada”. Así, aunque no es seguro, parece ser que el filicidio que comete Medea es un invento de Eurípides. Es probable que para el público esto haya sido un “ir demasiado lejos”. En este sentido, podemos encontrar en Eurípides al más moderno de los artistas de la Antigüedad Clásica.
Bajo este contexto, veamos entonces lo que es presenciar una representación dramática en la que una madre asesina a sus hijos. No lo vemos, pero lo escuchamos, y luego vemos los cuerpos. Este crimen, en principio, parecería contra natura y, naturalmente, cualquier sociedad lo condenaría; además, plantear la posibilidad de su existencia sería cuestionar sus fundamentos. Sirva de ejemplo, la secuencia de Los olvidados (Luis Buñuel, 1950) en la que la madre de Pedro, el protagonista, lo echa de casa. Al respecto nos dice Buñuel en sus memorias: “(…) a causa de esta escena la peluquera presentó su dimisión. Aseguraba que ninguna madre mexicana se comportaría así. Unos días antes, yo había leído en un periódico que una madre mexicana había tirado a su hijo pequeño por la portezuela del tren.”[3]
Los olvidados. Luis Buñuel, 1950.
Luego nos referiremos a la comedia pero, por lo pronto, valga recordar que Aristófanes haría de Eurípides un personaje recurrente en sus comedias y objeto de todas las sátiras posibles. Pero por mucho que moviera a risa, Aristófanes era un poeta conservador que, al igual que su público, veía con desconfianza ese gusto por el racionalismo que interesaba a un grupo importante de la élite ateniense. Así, Eurípides es ridiculizado como un anciano que, por vivir entre sus libros, no entiende nada de la realidad. Un lugar común que vemos repetirse hasta hoy.
Un siglo después de su estreno, Aristóteles condenaría en su Poética a Medea como ejemplo de mal desenlace: "Es, pues, evidente que también el desenlace de la fábula debe resultar de la fábula misma, y no, como en la Medea, de una máquina, (...)"[4] Esto, haciendo referencia al carro tirado por dragones en el que aparece Medea al final de la obra.
Germán Hernández Amores. Medea, con los hijos muertos, huye de Corinto en un carro tirado por dragones, c. 1887. Museo del Prado.
Esta obra de Aristóteles, que aunque nos llega incompleta es canónica hasta nuestros días, al condenar a Eurípides y sus métodos, deja al poeta en un lugar secundario frente a Sófocles o Esquilo. Sin embargo, Séneca vuelve al tema de Medea y su versión —mucho más sangrienta— es casi que un cierre perfecto para la historia del teatro de la Antigüedad Grecolatina. Volviendo a México, la Medea de Séneca sería objeto de una brillante adaptación por parte de la muy talentosa Paz Alicia Garciadiego: Así es la vida… (Arturo Ripstein, 2000).
Pero los siglos de mala fama se acumulan para Medea que se mantendrá como el referente de la bruja asesina de sus hijos (G. Chaucer, v. gr.). En 1635 Corneille la adapta y con esto pasa de la comedia a la tragedia. Por esta vía el personaje despierta el interés de la ópera (F. Cavalli, J-B. Lully, Handel, etc.) pero la verdaderá reivindicación de Medea llegará después de la II Guerra Mundial con la adaptación de Jean Anouilh. Desde entonces, la obra de Eurípides empieza a estudiarse con otros ojos e, incluso, se llega a cuestionar el carácter misogino que le atribuían sus contemporáneos. Más bien, ha despertado intensas discusiones en medio de la lucha por la emancipación de la mujer.
En todo caso, no esperemos encontrar en aquellas grandes mentes, grandes ejemplos morales a seguir. No se puede perder de vista que estos resultados del talento humano surgen en un entorno esclavista; es decir, su economía estaba basada en reducir a muchos seres humanos a la condición de herramienta con voz. Desde ahí, toda práctica opresora es posible.
“En Eurípides se califica a la mujer de oikurema, algo destinado a cuidar del hogar doméstico (la palabra es neutra), y, fuera de la procreación, para el ateniense sólo era la criada principal. El hombre tenía sus ejercicios gimnásticos y sus discusiones públicas, cosas de las que estaba excluida la mujer. Además solía tener esclavas a su disposición y, en la época floreciente de Atenas, una prostitución muy extensa que el Estado, en todo caso, protegía. Precisamente sobre la base de esa prostitución se desarrollaron las mujeres griegas, que sobresalen entre las mujeres del mundo antiguo por su ingenio y su gusto artísticos, al igual que las espartanas sobresalen por su carácter. Pero el hecho de que para convertirse en mujer fuese preciso ser antes hetaira es la condenación más severa de la familia ateniense.
Con el transcurso del tiempo, esa familia ateniense llegó a ser la horma que modeló las relaciones domésticas del resto de los jonios y también de todos los griegos de la metrópoli y las colonias. Sin embargo, a pesar del secuestro y la vigilancia, las griegas hallaban muy a menudo ocasiones para engañar a sus maridos. Estos, que se hubieran ruborizado de mostrar el más pequeño amor a sus mujeres, se recreaban con las hetairas en toda clase de galanterías. Pero el envilecimiento de las mujeres se vengó en los hombres y los envileció a su vez, llevándolos hasta la repugnante práctica de la pederastia y a deshonrar a sus dioses y a sí mismos con el mito de Ganímedes.
Tal fue el origen de la monogamia, según hemos podido seguirla en el pueblo más culto y desarrollado de la Antigüedad. De ninguna manera fue fruto del amor sexual individual, con el que no tuvo nada que ver, sino que, como antes, la conveniencia era el móvil de los matrimonios. Fue la primera forma de familia que no se basó en condiciones naturales, sino económicas, concretamente en el triunfo de la propiedad privada sobre la propiedad común primitiva originada espontáneamente. Preponderancia del hombre en la familia y procreación de hijos que sólo pudieran ser de él destinados a heredarle: tales fueron, abiertamente proclamados por los griegos, los únicos objetivos de la monogamia.”[5]
Esta era la sociedad que calificaba a Eurípides de misógino. Tal vez lo fuera como hijo de su contexto, pero la calidad de su trabajo nos permite ver más allá de las etiquetas y plantearnos preguntas muy contemporáneas y vigentes. Por encima del vano convencimiento en hacer lo correcto o concentrarse en las buenas intenciones —que suelen ser más bien buenas excusas—, la Historia rescata aquellas posiciones más comprometidas con la verdad, que nunca ha sido uniforme, plana ni estática. Por supuesto, para ellas rara vez existe la feliz vida Sófocles; la soledad, las escasez y el desprecio de quienes imponen las "buenas intenciones", suele ser su destino en vida.
Esperamos que estas ideas inspiren reflexiones importantes hasta nuestra próxima entrega. Mientras, esperamos sus comentarios al final de este artículo o en nuestras redes sociales. Les invitamos, asimismo, a participar de nuestras actividades. Las personas interesadas pueden escribirnos a musaxxparadisiaca@gmail.com
[1] Eurípides. Tragedias. Trad.: Alberto Medina González y Juan Antonio López Férez. Madrid: Gredos, 2000. p. 120.
[2] Ibíd., p. 123.
[3] Luis Buñuel. Mi último suspiro. Barcelona: Random House Mondadori, S.A., 1982 p. 171
[4] Aristóteles. Poética. Madrid: Gredos, 1974, p. 181.
[5] Federico Engels. El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Madrid: Fundación Federico Engels. 2006, pp. 71-72.
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